Si bien el fraude a las aseguradoras para obtener unos ingresos extras nos puede parecer un tema actual y novedoso -consecuencia de momentos de incertidumbre económica-, la prensa histórica ofrece testimonios que se remontan al primer tercio del siglo XX. Tal es el caso de las noticias publicadas por el periódico Heraldo de Madrid en dos artículos, respectivamente, el 1 de marzo de 1924 con el titular: “Compraban automóviles y camionetas, les pegaban fuego y cobraban el seguro”; y 2 de marzo de 1924: “La Policía visita una oficina de Informes y detiene al gerente”. Tal revuelo debió provocar aquel suceso que otros medios escritos se hicieron eco del fraude, como El día de Palencia o El Adelanto. Las informaciones recogidas en dichas noticias pueden servirnos de experiencia y como lección para aprender de las técnicas utilizadas para detectar el fraude, que bien pueden ser utilizadas en la actualidad, ya que la picaresca del ser humano ha variado poco con los años.
Según informa la prensa, en el segundo caso, fue el propio Comisario Jefe de la Sección de Ferrocarriles, el Sr. Ricardo Castro, quien, siguiendo las instrucciones del Director General de Seguridad, coordinó la investigación y llevó a cabo la detención junto con otros cinco agentes. Las personas implicadas conformaban una red encargada de comprar vehículos a bajo precio y contratar el seguro en diferentes compañías de incendios, con el fin de hacerlos arder posteriormente simulando diversos accidentes, con la intención de cobrar el seguro.
La trama estaba organizada y dirigida por dos hermanos, Salvador y Fausto Plaza Rubia, y auspiciada por varios talleres a los que compraban automóviles y camionetas a bajo precio. Otra sección de la red que formaba la trama estaba constituida por los chóferes que se encargaban de conducir el vehículo hasta una carretera o un camino despoblado para incendiarlos sin ser vistos por nadie, con el fin de cobrar las primas del seguro que oscilaban entre 10.000 y 15.000 pesetas. Durante un tiempo se les realizó un seguimiento e investigación y se comprobó que visitaban con frecuencia sociedades contra incendios, que eran donde contrataban los seguros. Para no levantar sospecha alguna, dichas primas las hacían a nombre de alguno de los hermanos o de su madre Pilar de la Rubia, llegando incluso a utilizar al de una amiga de la madre, Dominica Sáez, con el fin de que fuera más difícil seguirles el rastro.
La investigación les llevó hasta una dirección en la calle Bravo Murillo número 5 de Madrid, primera planta, donde a modo de tapadera tenían una agencia de negocios e informes comerciales, que utilizaban para otro tipo de estafas, esta vez como sociedad clandestina encargada de comprar géneros de toda clase a diferentes negocios de París, Berlín o Viena. Mediante impresos falsos utilizaban el nombre de empresas de prestigio de Bilbao, Barcelona y Madrid, así como de la banca, como miembros de una supuesta sociedad de cambio internacional de productos. La policía registró el domicilio y en las oficinas encontraron los documentos, pólizas de seguros, cartas, fichas y otros papeles, con los que operaban. Los dos hermanos y el resto de cómplices fueron detenidos y juzgados.
Utilizar una empresa como tapadera, con una apariencia muy distinta de su verdadera actividad, emplear técnicas como formalizar las primas a nombre de la madre y de una amiga de esta, colaborar con distintos talleres que les suministraban vehículos de poco valor y contar con la ayuda de profesionales de la conducción que eran los encargados de incendiarlos, son prácticas que se mantienen en la actualidad y que sirvan para ilustrar a los investigadores privados de la actualidad y para (re)conocer en el pasado fraudes que se siguen cometiendo casi un siglo después.