Decepcionado con la profesión y con la Navidad, recibía cada día felicitaciones estándar (por e-mail) de compañeros, clientes y proveedores. Llegó el 24 de diciembre y se percató de que hacía mucho tiempo que no le encontraba sentido a estos días llenos de bullicio, luces, zambombas y turrones. Estaba tan ocupado y encerrado en sí mismo que había olvidado lo que significaban aquellas fechas.
La mañana de Navidad, fue a trabajar, aunque era festivo, y al entrar en el edificio se encontró en el ascensor con otro detective privado que conoció hace algunos años en un congreso, quien le contó que había desperdiciado muchas oportunidades profesionales por no querer ver y hacer las cosas de un modo distinto. Y le dijo:
-“Tres detectives fantasmas vendrán a visitarte y te abrirán los ojos para que puedas ver que todavía tienes muchas cosas buenas que aportar”.
El primer detective que se le apareció fue Ramón Julibert, un detective de la Barcelona de los años 20. Le habló de cómo innovaba con nuevos productos y servicios como el informes de inquilinos, la investigación económica, los informes de fraude y hasta el cobro de deudas de forma presencial. Así mismo, se quejaba de la intromisión de las fuerzas de seguridad en su trabajo y en sus investigaciones; él mismo estuvo detenido y fue encarcelado durante un tiempo acusado de estafa y de hacerse pasar por otra persona. La prensa tampoco ayudaba a que la profesión de detective fuera tratada de un modo serio. No obstante, y al mismo tiempo, le hablaba con entusiasmo de cómo una profesión desconocida, aún sin regular, estaba empezando a dar sus primeros pasos. Y los clientes iban a su despacho de detectives, sin tener que salir a buscarlos. “¡Paparruchas!”, se quejaba el detective decepcionado.
De repente el detective abrió los ojos y estaba de nuevo en su despacho. Siguió revisando sus correos electrónicos, mientras pensaba en aquella extraña aparición, cuando llamaron a la puerta. Al otro lado se presentó el detective fantasma del presente. Su cara no le sonaba de nada. Nunca jamás lo había visto. Se sentaron y le habló de los 270 euros de cuota de autónomo que debía pagar mensualmente, facturara o no a sus clientes, de cómo la prensa confundía conceptos como espía y detective, de la exigencia de los clientes… Pero también de lo especial que era nuestra profesión, de lo que te hacía sentir un buen trabajo bien realizado, de su creciente reconocimiento como profesional, de cómo había conseguido hacerse un hueco en el mercado y un largo etcétera. Tras una larga conversación, el detective despidió al fantasma y le acompañó de nuevo hasta la puerta.
Al regresar a su mesa, vio que alguien estaba sentado en su asiento. Se presentó como el detective fantasma del futuro, tenía un apellido que le era muy conocido, se trataba del responsable de un despacho que iba ya por su cuarta generación. El fantasma le contó que en España había 50.000 detectives privados, necesarios en ese número tan elevado para cubrir la demanda creciente de las últimas décadas. La profesión se había convertido en algo imprescindible al ser obligatorio disponer de un informe profesional para muchos asuntos. También le contó que ese mismo año, el Colegio de Detectives de Catalunya conmemoraba su primer centenario y la celebración fue muy especial y emotiva. El intrusismo era cosa del pasado y los clientes respondían con celeridad a los presupuestos entregados y le daban gran valor al informe entregado por el detective profesional. En Torre Pacheco (Ciudad Real) se había construido el Museo del Detective, un espacio para el recuerdo con imágenes, documentos, herramientas, prensa, carteles de congresos, libros… Además, había una amplia bibliografía de ensayo sobre la profesión.
De repente abrió de nuevo los ojos. Se había quedado dormido y no entendía bien qué había sucedido. Se levantó y se dirigió a su ventana para abrirla. Nada había cambiado y, sin embargo, había cambiado todo.
El detective llamó a un niño que paseaba por la calle, le lanzó una moneda y le pidió que comprara el pavo más grande que hubiera en el mercado. “¡Feliz Navidad”, grito desde su ventana.
Y aquí acaba este Cuento de Navidad detectivesco, para recordaros que no debemos perder la ilusión ni dejarnos llevar por los obstáculos, porque con pasión y entusiasmo las piedras sirven para construir un nuevo futuro.
Feliz Navidad y próspero año nuevo.