En el libro de la iconografía relacionada a las profesiones, el capítulo dedicado los detectives posiblemente sea uno de los más extensos. Resulta inevitable, ya que el detective es protagonista de una popular tradición literaria y cinematográfica que se prolonga desde finales del siglo XIX hasta hoy. Los profesionales de carne y hueso podemos estar conformes o no, pero es una partida que tienen ganada nuestros homólogos de papel y celuloide.
El gran maestro y referente en iconografía detectivesca es, sin discusión, Sherlock Holmes, celebridad que ha instaurado iconos como la gorra cervadora —o deerstalker— y el abrigo de tweed al estilo capa de Inverness. Algunos de estos iconos ni siquiera formaron parte del retrato inicial de Sir Conan Doyle, sino que Sherlock los ha ido adquiriendo con el tiempo. La cervadora, por ejemplo, vistió la cabeza del detective por primera vez en 1891 gracias a la aportación de Sidney Paget, que ilustró las historias de Holmes para la revista Strand.
Otro de los elementos esenciales con los que Holmes ha contribuido a identificar a los detectives es la pipa. Su creador la describía así:
«Se hizo un ovillo en su silla, con sus delgadas rodillas elevadas hasta su nariz aguileña, y allí se quedó sentado, con los ojos cerrados y su pipa de arcilla negra sobresaliendo como el pico de una extraña ave»
Las Aventuras de Sherlock Holmes, 1892.
Curiosamente, la creatividad del ilustrador Paget imaginó la pipa de Sherlock como un elemento más bien discreto, de forma recta, que sobresalía perpendicularmente de su boca. Entonces, ¿cuál fue el origen de la pipa curvada que tenemos en mente cuando pensamos en él?
Al borde del siglo XX, las historias de Sherlock Holmes eran tan populares que se llevaron a escena en montajes teatrales a ambas orillas del Atlántico. Uno de los primeros actores en encarnar al detective fue William Gillette, de quien se escribe que interpretó el papel en más de mil ocasiones. Gillette basó su caracterización, precisamente, en las ilustraciones de Sidney Paget.
En sus primeras actuaciones, el artista utilizaba una pipa con una cánula horizontal. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que, cada vez que fumaba, sus manos tapaban su propia cara, por lo que el público no podía ver con claridad sus gestos. Gillette dio con una solución sencilla: en lugar de utilizar una pipa horizontal acorde con el Sherlock de Paget, la sustituyó por una pipa cuya cánula se curvaba, lo que le permitía sostenerla por debajo del mentón y, quizás, resultaba más parecida a ese pico de ave extraña descrito por Doyle.
Esta fue una de las contribuciones que hizo al personaje universal William Gillette, quien en 1916 fue el Sherlock Holmes de la primera adaptación cinematográfica de las novelas. El actor fue el espejo donde se miraron otros grandes intérpretes que lo sucedieron, como Basil Rathbone, y dio lugar a múltiples referencias posteriores. Por eso hoy, cada vez que vemos una pipa curva, sabemos que el tipo que la fuma es capaz de desvelar todos nuestros secretos.