La de detective privado es una de las profesiones que reúne más (típicos) tópicos y objetos, prendas de ropa o artilugios vinculados a su labor. Entre ellos encontramos, por supuesto, la lupa y la pipa; como imagen, el clásico ojo de Pinkerton, así como el hombre enmascarado con la gran llave. Asimismo, también hay iconos relacionados con lo textil: por una parte, el sombrero de cazador y la capa de cuadros o la gabardina -acaso la prenda más detectivesca- y el sombrero de ala ancha.
La primera combinación citada tiene su origen en las ilustraciones de Sidney Paget, quien en 1891 dibujó por primera vez a Sherlock Holmes, cuando las historias del mítico personaje de Arthur Conan Doyle se publicaron en la revista The Strand Magazine. En ellas ya aparece con el mencionado sombrero de cazador, la capa de cuadros o el batín de seda y mangas anchas. El sombrero y la gabardina, por su parte, han representado a los detectives en películas, fotografías, carteles, portadas o dibujos animados, ¿pero cuál es el origen de la relación de estos complementos con el oficio?
Una de sus primeras apariciones fue en un cómic de 1931 en el que el protagonista, el detective privado Dick Tracey, lucía una gabardina amarilla y un sombrero de ala ancha del mismo color. Otra imagen, perfectamente asimilada por el público, surgió en la gran pantalla: Humphrey Bogart interpretó al detective privado Sam Spade en la película El halcón maltés en 1941. Al año siguiente encarnaría a Rick Blaine, otro de sus papeles más populares, en la película Casablanca (¿quién no la ha visto alguna vez?), en la que viste con gabardina y sombrero. Otro actor vinculado a la gabardina, en este caso arrugada, fue Peter Michael Falk por su papel de investigador privado en la serie Colombo.
Quién le iba a decir al británico Thomas Burberry (que únicamente pretendía diseñar en 1879 un nuevo tipo de tejido que repeliese el agua) que iba a crear una chaqueta tan cinematográfica que quedaría para siempre asociada con los detectives en el imaginario colectivo.