En España nos podemos encontrar con empresas fantasmas, muertas o mutantes, incluso las “medio vivas”; tanto es así que desde hace unos años nos referimos a ellas con el adjetivo “zombi”.
El termino nace en Japón a principios de los años noventa, tras la decisión del Bank of Japan de elevar las tasas de interés en un intento de desinflar la burbuja inmobiliaria y bursátil. En Europa no utilizamos la palabra “zombi” aplicada a este nuevo campo semántico hasta el 2008, cuando padecimos la crisis financiera global. En la actualidad este tipo de empresas tiene una gran repercusión en nuestra economía, ya que para sobrevivir precisan bajar los precios en los sectores donde operan con el fin de poder mantenerse a flote. Dicho descenso impide la entrada de nuevos competidores, que toman la decisión de no entrar en el mercado. Además, son empresas con una larga lista de impagados, lo que afecta directamente a sus proveedores, que ven cómo sus facturas se van acumulando sin cobrarlas.
¿Pero qué son exactamente las empresas zombis?
Al igual que estos seres fantásticos, que regresan a la vida tras haber estado muertos, son empresas que permanecen en una especie de limbo: no están muertas, pero tampoco son productivas.
Sus beneficios no son capaces de alcanzar sus costes financieros y con sus ingresos no pueden cubrir los intereses de sus deudas; es decir, tienen un bajo nivel de rentabilidad, de forma que el único modo de sobrevivir es refinanciando su deuda cuantas veces sea necesario aun con el riesgo de que esto resulte más perjudicial que la propia disolución de la empresa.
Son empresas que no desaparecen. Se las arreglan para replantear su deuda con las entidades financieras y así seguir funcionando a base de ampliaciones de capital. En Europa van in crescendo: antes de marzo se estimaba que ocupaban un 10% del mercado, pero esta cifra puede haberse multiplicado durante la pandemia.
Existen dos tipos de empresas zombis. Por un lado, aquellas que son incapaces de solventar los intereses de sus deudas con sus propias ganancias, tienen una facturación normalmente estática o incluso en descenso y poseen escaso dinero líquido para cerrar y solventar sus obligaciones. Esto último provoca que tengan que recurrir a ayudas estatales y préstamos bancarios para la refinanciación de sus deudas, por lo que no son, en definitiva, rentables. Entre ellas nos encontramos empresas de gran tamaño y incluso que cotizan en bolsa.
Las segundas son las que, aun sin tener actividad y sin realizar liquidaciones, siguen apareciendo registradas, puesto que la Agencia Tributaria no las incorpora en el registro de entidades que no presentan el impuesto de sociedades hasta que no acumulen tres ejercicios sin presentarlo. Para ello utilizan varios mecanismos, como son el cierre de la página de la sociedad en el Registro Mercantil o la revocación del NIF, cuya publicación se realiza en el Boletín Oficial del Estado.
¿Pero son estas empresas totalmente nocivas? No podemos obviar que muchas de ellas mantienen en activo a empleados que a su vez pagan impuestos y realizan compras, contribuyendo con ello al mantenimiento del entramado económico del país; eso sí, a costa de la creación de nuevas empresas más dinámicas que innovarían y prosperarían sin necesidad de ayudas, contratando mano de obra cualificada y con acceso a créditos liberados de estos bancos que se veían obligados a mantenerlos.
La llegada de la Covid-19 no ha sido más que un magnífico caldo de cultivo para estas empresas por dos motivos: los expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE) y el tan ansiado fondo de rescate europeo de 10.000 millones de euros.
Recientemente el FMI y la OCDE han alertado al Estado español del aumento de este tipo de empresas tan dependientes de una subida de interés o de una reducción de beneficio que generaría inflación y un gran número de cierre de compañías, debilitando al sistema socioeconómico del país.
¿Cómo detectarlas?
Es importante, ante todo, disponer de información. Contamos para ello con varias herramientas, como son el Registro Mercantil, las páginas especializadas en concursos de acreedores o las publicaciones de libre acceso, como podría ser el Boletín Oficial del Estado.
¿Qué podemos aportar los detectives privados en esta cuestión?
Tenemos la capacidad de realizar informes comerciales que confirmen la actividad y la solvencia de aquellas empresas que aun estando inactivas se mantienen ocultas; también de estudiar aquellas que en apariencia son viables y que reciben ayudas estatales, como pueden ser los avales del ICO. Además, podemos hacer seguimientos para las empresas que presentan ERTE aprovechando la coyuntura pandémica para captar ayudas a costa de una reducción de personal que luego no llega a ser “legalmente efectiva”.
Iniciamos una nueva etapa en la que, como ya ha ocurrido en épocas anteriores, la detección y prevención serán claves para revelar y descubrir la realidad de las empresas con las que mantendremos relaciones comerciales. En los tiempos venideros sería preciso no olvidar que la mejor herramienta que la sociedad económica posee es la detección y prevención de todo tipo de maniobras fraudulentas, para lo cual tiene en el detective a su mejor aliado.
El artículo ha sido realizado por:
Montse Fernández. Responsable del Área de Fuentes Abiertas en Detectys
Óscar Rosa. Ceo Detectys