A principios del siglo XX, la irrupción del feminismo trajo consigo la salida de las mujeres -hasta entonces relegadas al ámbito doméstico- al espacio público. Paulatinamente, se fue haciendo frecuente su presencia en las aulas de educación superior, en las bibliotecas, en las universidades y, por consiguiente, ocupando puestos profesionales más allá de las labores propias del sexo débil, tal y como establecía la sociedad.
La entrada de las mujeres en el ámbito laboral provocó las consiguientes luchas y resistencias entre los hombres, que ven cómo ellas van ocupando puestos que antes solo eran accesibles para ellos.
Además, existen profesiones que se consideraban esencialmente masculinas y donde la entrada de la mujer desencadenaba un revuelo aún mayor. Tal es el caso de las mujeres detectives que irrumpen en el sector a principios del siglo XX; una entrada que no pasó desapercibida por la prensa que asistió atónita a la presencia de mujeres en las agencias de investigación privada.
En 1908, la revista Gedeón documenta la llegada de las primeras mujeres detectives en la agencia londinense Simmond y sugiere, no sin un tono de sorna e ironía, que el señor Ministro de Gobernación podría solicitar por telégrafo a algunas de estas mujeres para que vengan a España. Señala que el feminismo parece imparable y que las mujeres están conquistando todas las profesiones, hasta el punto de que ya existen: abogadas, doctoras, farmacéuticas, tenedoras de libros, telefonistas, camareras, congresistas, electoras, cocheras…
Por esta época, las mujeres están cambiando también su forma de vestir en un proceso de “masculinización”imparable que hace temer al autor del artículo que suceda el efecto contrario (feminización) en los hombres:
En 1914 un artículo publicado en El Heraldo Militar nos da cuenta de que las mujeres detectives ya habían llegado a España por estos años -no solo era cosa de los ingleses- y ello provoca la crítica radical y la descalificación del autor del artículo titulado: “Las mujeres detectives”. Este periodista considera inmoral la irrupción de las mujeres en el ámbito del detectivismo y opina con total impunidad y apelando a la “superioridad masculina”:
Sus palabras no tienen desperdicio y son propias de los sectores más misóginos y retrógrados de la época que veían como una verdadera amenaza al orden establecido la llegada de mujeres al ámbito público y a la esfera profesional.
Además, añade que entiende el feminismo en las mujeres feas -ya que no tienen opciones de casarse, según su criterio-, pero no lo entiende en absoluto en las muchachas bonitas que pueden encontrar un buen marido con el que tener hijos y así dedicarse a las labores propias de su sexo.
A pesar de las críticas -a veces despiadadas- y del revuelo que provoca la irrupción de mujeres en las agencias de detectives, su avance resulta imparable y en 1934 ellas están presentes en oficinas, no solo de Madrid, sino de otras provincias, luego la feminización de la profesión de detective se ha extendido por la geografía española. Ellas, según apunta el artículo, son más eficaces para determinados asuntos y suelen tener mejores resultados que los hombres en ciertas investigaciones.
El citado artículo da fe de la presencia de mujeres detectives en la España de 1934, y afirma que hay empresas que “para asegurarse mejor el éxito en cierta clase de asuntos utiliza mujeres”. Estas mujeres son siempre “señoritas” que aún no han abandonado la soltería, ya que una se vez alcanza el estatus de “señora” (casada) lo normal es que la mujer abandone toda actividad pública para dedicarse a su hogar y a su familia.
En este artículo de Crónica, de gran valor histórico e informativo, se entrevista a una de estas “señoritas” detectives, que no se censura a la hora de responder a las preguntas del periodista. Ellas son mejores, sobre todo, para realizar investigaciones de infidelidad masculina que, en un 99% de los casos suele ser comprobada y ratificada gracias a sus servicios.
Es importante aclarar que la primera Ley de Divorcio de España es del 2 de marzo de 1932, y según el artículo tercero de dicha Ley, son causas de divorcio: “El adulterio, no consentido o no facilitado por el cónyuge que lo alegue”. Por lo que, muy probablemente, un informe de un detective que aportara pruebas sobre la infidelidad del cónyuge era un aval suficiente para obtener el divorcio.
Gracias a las declaraciones de la “señorita” detective, sabemos que ella lleva ocho meses trabajando en la agencia y que tiene dos compañeras más. Cuando realiza seguimientos a supuestos maridos infieles va cambiando de vestuario y accesorios -y utiliza gafas- para no ser reconocida por el investigado. Apunta que también hay hombres que solicitan informes para saber si su mujer le es infiel, pero que el porcentaje de mujeres que lo son finalmente es mucho menor que el de hombres. Los seguimientos a mujeres los suelen hacer sus compañeros y apunta, como dato curioso, que cuando se comprueba que la mujer no es infiel, el cliente no suele quedarse satisfecho y reclama una investigación más exhaustiva. A veces, estas “señoritas” detectives son usadas como cebos para provocar el desliz del marido, a lo que el periodista apunta que si todas las detectives son tan bonitas como ella es difícil encontrar a un hombre que se resista.
La prensa nos deja joyas documentales como estas que atestiguan la presencia de mujeres detectives en nuestro país desde hace más de un siglo, así como el recelo y el rechazo que provocaron en algunos sectores masculinos.
“Señoritas” detectives utilizadas, en muchas ocasiones, como cebo, en los casos más frecuentes -infidelidad amorosa masculina-, pero que abrieron las puertas del detectivismo y de la investigación privada a las mujeres de finales del siglo XX y del XXI, donde, por suerte, ellas investigan sobre estos y otros muchos asuntos a la par que sus colegas varones, sin distinción de género.
“¡AVISO A LOS INFIELES EN AMOR! EN MADRID HAY SEÑORITAS DETECTIVES… ”, EN CRÓNICA 27/5/1934.
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“LAS MUJERES DETECTIVES”, EN EL HERALDO MILITAR (1914)
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“UNA PROPOSICIÓN”, EN GEDEÓN 21/6/1908
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Ana Cabello es Doctora en Filología Hispánica y gerente de la Fundación Rafael Pérez Estrada.
Ana Cabello y Óscar Rosa