Hay nombres de los que hemos oído hablar en alguna ocasión y tras conocerlos en profundidad son capaces de atraparte e inspirarte gran admiración.
Tal es el caso de Eugène-François Vidocq quien nace el 24 de julio de 1775 en la ciudad de Arras, al noreste de Francia y fallece el 11 de mayo de 1857 en París. Su trayectoria vital resulta muy interesante por su aportación a la profesión de detective privado y a la investigación financiera, al tratarse de la primera agencia de la que se tiene conocimiento. Es además un referente tanto en el mundo de la criminología -por su legado en nuevas técnicas de identificación e investigación-, como por su aportación a la literatura.
En 1836 publica Lárgot des voleurs (El argot de los ladrones), un diccionario en el que se recopila la jerga de los bajos fondos, como haría también Enrique Cazeneuve incluido en su Detectivismo práctico. Posteriormente, Vidoq publicará en 1843 Les voleurs” (Los ladrones) y Vidocq à ses jugues (Vidocq a sus jueces).
En 1844 publica la novela titulada Les vrais mystères de Paris (Los auténticos misterios de Paris) y Réflexions sur les moyens propres à diminuer les crimes et le récidive´s (Reflexiones sobre las maneras de reducir los crímenes y las reincidencias); y en 1845 la novela Les chauffeurs du nord (Los Quemapiés del norte).
Su vida fue absolutamente apasionante: trabajó en el circo, fue espadachín, soldado, fugitivo en varias ocasiones, desertor, contrabandista, preso, prófugo, estafador, carterista, vendedor y suplantador habitual de identidades. Una vida asombrosa y variopinta que serviría para llevar a cabo el guión de una fantástica serie televisiva, más actual que aquellas de los años 70 titulada Les Nouvelles Aventures de Vidocq; o para merecida película mejor que la dirigida por Jean Christophe Coma y protagonizada por Gérard Depardieu en 2001, titulada Vidocq.
Tras pasar varios años huyendo de la policía, decide dar un giro de 180º y cambiar de bando, llegando a ser el máximo responsable en la Seguridad Nacional francesa, con la creación de Les Brigade de Sûreté (Brigada de Seguridad) que más tarde se convirtió en la Sûreté Nationale (Seguridad Nacional). Dirigía a doce detectives que, como él, habían sido delincuentes y cambió el prestigio de la policía francesa, convirtiendo su oficina en un referente europeo gracias a sus técnicas de investigación, clasificación y ordenamiento. No obstante, en 1832 decide abandonar su cargo a raíz de una diferencia de criterio con sus jefes.
En 1833 funda su oficina Le bureau des renseignements (La oficina de pesquisas) en el número trece de la Galerie Vivienne de Paris, hecho puntual que llama mi atención y que supone el origen que me lleva a indagar sobre su persona. La nueva actividad se centra en la lucha contra el delito, a través de un concepto novedoso y único hasta ese momento: la “policía particular”.
En la parte superior izquierda de cualquier papel oficial de su empresa, aparecían descritos los servicios que ofrecía: “antecedentes, moralidad, solvencia, gestiones, costumbres y hábitos diarios de las personas sobre la que se tuviera interés en conocer mejor, antes de contraer matrimonio, constituir una asociación, hacer un préstamo de dinero, o comprar o vender cualquier fondo de comercio”[1]. Su lema era: “Conseguimos opiniones e informaciones, que pueden prevenir contra todo tipo de engaño”. De ese modo aconsejaban a empresas y a comerciantes sobre asuntos financieros, de moralidad, solvencia, y de cobro de deudores. Por veinte francos al año se podía conocer el estado del negocio, su domicilio, si era de alquiler o de propiedad, si tenía buena costumbre a la hora de formalizar sus pagos, su moralidad, su posición comercial.
De ese modo creaba un nuevo concepto de la lucha contra el delito: “la agencia privada de detectives”. La plantilla estaba formada por ex convictos, ya que opinaba que, al conocer la forma de proceder de delincuentes, eran los que tenían mejores virtudes para estar en el lado de la Ley y luchar contra el fraude. En total eran once detectives, dos empleados y un secretario. Durante esa etapa Vidocq ya era famoso en toda Europa y se le veía incluso en todo el mundo como un mito.
Interesantes son las reglas internas de Le bureau des renseignements y que Vidocq estableció en el despacho: jornadas laborales de trece horas diarias incluidos sábados y domingos, confidencialidad absoluta en los datos e información que manejaban con cada expediente, puntualidad en los horarios y en los turnos de vigilancias o seguimientos, etc.
Los enfrentamientos y dificultades con la policía eran constantes, por rozar en varias ocasiones el intrusismo y las actividades propias de la policía; como consecuencia de ello tuvo dos redadas importantes, en la primera le confiscaron documentos y fue acusado de varios delitos de los que quedaría libre. En la segunda ocasión llegó a estar encarcelado durante once meses, tenía 67 años. Esos meses en prisión, los juicios, las noticias relacionadas con su persona, etcétera, provocaron un daño irreparable a su reputación y a su agencia, además de un importante desembolso económico motivado por la demanda. Tuvo intención de vender su agencia, pero no pudo encontrar compradores cualificados y de buena reputación.
Existen similitudes evidentes entre nuestro Daniel Freixa y Eugène-François Vidocq, ambos fueron agentes del orden, ambos crearon despachos de detectives e informes comerciales, ambos dejaron un legado escrito en forma de libros.
Vidocq pasó a la historia como el primer detective privado del mundo, al que le seguiría Allan Pinkerton y su Pinkerton Detective Agency en 1850.
[1] Véase documento adjunto.