Las empresas, a través de sus diferentes departamentos —legal, riesgos, cobros o compliance, por citar algunos—, se basan en informes comerciales para tomar decisiones o conocer mejor a sus clientes o proveedores. Los informes comerciales han sido una de las fuentes de información más recurrentes en el mundo desde finales del siglo XIX y durante todo este tiempo han ayudado a aplicar cribas y filtros para no trabajar con malos (y malintencionados) pagadores.
Hemos conocido grandes proveedores históricos, como Dun & Bradstreet, cuyos informes fueron un auténtico referente debido a que los realizaba personal muy cualificado mediante visitas y gestiones. También eran referentes los clientes que contrataban sus servicios, ya que las personas que tomaban decisiones basándose en estos informes tenían sobrada experiencia en el análisis e interpretación de la información recibida.
A partir de 1992 se inició un descenso en la calidad de los informes comerciales a favor de la competitividad basada en el precio. Los proveedores de información basaban la investigación de las empresas en datos publicados en el Registro Mercantil, tales como el domicilio, el capital social, las personas que forman parte del consejo de administración, el objeto social y, con suerte, incluían el estudio de las cuentas anuales del ejercicio previo. El objetivo era mecanizar los datos y poder ofrecer a los clientes información al instante y a un precio económico. Según la finalidad de la consulta, estos informes podían aportar datos suficientes. Sin embargo, la ardua competencia provocó que miles de agencias de investigación de informes comerciales tuvieran que cesar su actividad.
En los últimos años, fruto de esta sistematización de la información comercial, encontramos habitualmente que los informes, al estar basados en los últimos datos públicos, no representan la realidad fotográfica de la empresa al instante, no son una radiografía del momento. Por establecer un símil, cuando consultamos una calle en Google Maps, no recibimos en la pantalla la imagen en vivo, sino la que ofrecía esa dirección concreta la última vez que Google la renovó, la cual puede contener solares que ahora son edificios o comercios que han sido sustituidos por otros.
No obstante, estos informes y su proliferación, si bien no ofrecen un análisis e interpretación tan exhaustiva como los anteriores, cuentan con el mérito de haber ayudado a la formación de una nueva generación de analistas en riesgos y departamentos legales.
Hemos reseñado, pues, dos etapas muy distintas. La inicial, en la que los informes eran elaborados por investigadores privados y ofrecían un valor añadido de mayor calidad, y su desarrollo posterior, durante el que primaba la información al instante. ¿Cuál es el escenario actual?
En un entorno de alta competitividad y una era en la que la tecnología agiliza los procesos secundarios, recobra nuevamente importancia el valor añadido del investigador privado. Alguien dijo en una ocasión que donde acaba la información online comienza el trabajo del detective. Esto se ve muy claro, por ejemplo, respecto a la información de autónomos, cuyos datos públicos son escasos. También sobre sociedades no mercantiles, como las cooperativas, sociedades civiles o fundaciones, cuya información es de difícil acceso. En estos ámbitos reluce especialmente el valor único y distinto que los investigadores privados aportan mediante sus informes.
Como en el pasado, en la actualidad y en los próximos años la información comercial seguirá siendo imprescindible para la toma de decisiones en el entorno empresarial. Desde el punto de vista preventivo, orientada a la aceptación de nuevos clientes o proveedores; pero también, desde los departamentos legales, para conocer si merece la pena iniciar un procedimiento judicial.